Por definición, los activos financieros son derechos de propiedad sobre la riqueza futura. En este sentido, es importante destacar que el capital financiero no genera riqueza por sí mismo, sino que se apropia del valor económico que genera el trabajo y la producción. Esto lo demuestran las burbujas financieras, que no son otra cosa que derechos de propiedad que crecen por encima de la generación genuina de bienes y servicios, lo cual resulta en un desequilibrio insostenible entre la producción y su captura financiera.
Bajo esta mirada podemos diferenciar tres tipos de actividades de las finanzas. Las “productivas socialmente”, que son aquellas destinadas a financiar el desarrollo económico. Este es el caso, por ejemplo, de los fondos destinados a la construcción de represas, puertos, fábricas e infraestructura.
Luego tenemos las finanzas especulativas, hegemónicas en el neoliberalismo, cuyo objetivo es destinar dinero a la especulación con la cotización de bonos y acciones para obtener ganancias de corto plazo. En este caso, el objetivo no es el desarrollo económico sino mantener al país endeudado para poder hacer negocios especulando con la crisis. La metodología del sistema especulativo consiste en endeudar al Estado para que suba la tasa de interés, lo cual aumenta la ganancia de los acreedores a costa del ajuste y la recesión. La estrategia política es utilizar el endeudamiento público para expropiar la soberanía del Estado.
En otras palabras, las finanzas especulativas vuelven impagable la deuda soberana y esto le da a los acreedores derecho absoluto sobre la soberanía del deudor; más específicamente, sobre su moneda, presupuesto, activos estratégicos y tejido social. La limitación que produce la deuda es directamente proporcional a la capacidad de coacción que le da al acreedor. Por ese motivo, el capital financiero no busca que la deuda sea pagable, ya que eso implicaría perder dominio sobre el futuro del deudor y de su trabajo. Un país con capacidad de pago no sirve para la reproducción de este tipo de capital.
Aquí aparece en escena la tercera alternativa del poder de las finanzas, que son los fondos buitre, la más violenta de todas, donde no hay eufemismos y la extorsión es directa. Ante la posibilidad de que el deudor pague y se libere de la relación de deuda, el capital financiero actúa extorsionando para que su víctima vuelva a endeudarse si quiere vivir. El mensaje político es claro, “sólo tendrás futuro si estas endeudado” o, en otras palabras, “trabajas para mí o quedas aislado”. Cuando la deuda es impagable los pueblos entregan al acreedor su soberanía por miedo a la represalia.
Ante la posibilidad concreta de que la Argentina se libere de esa relación de dominio financiero mediante el pago de su deuda soberana reestructurada en 2005 y 2010, resuelta con el criterio de “crecer para pagar”, vino la extorsión buitre y el fantasma del miedo. La respuesta del gobierno argentino fue plantear el desacuerdo político con la protección judicial de los acreedores y llevar el caso a las Naciones Unidas para lo que contó con el apoyo del G77+China. El acceso a esa instancia internacional permitirá crear la figura del deudor como un nuevo sujeto político con derechos que lo protejan del poder desmedido del acreedor.
En caso de tener éxito en esta disputa política por el reconocimiento de la figura del deudor y sus derechos, la relación de fuerzas con los buitres se modificará. Hasta ahora los extorsionadores financieros cuentan con aliados en países centrales y disponen de recursos económicos y mediáticos para imponer miedo a los deudores con amenazas de aislamiento y crisis. Esa extorsión perderá eficacia si las naciones deudoras logran un derecho que las proteja. Mientras tanto, el conflicto actual deja en claro que la soberanía política es condición necesaria para el desarrollo económico.
Por Pablo Chena
Fuente: Tiempo Argentino, Suplemento TyE