La historia oficial y la historia nacional.
Por: Secretaría de Relaciones Internacionales – SADOP
Desde la Secretaría de Relaciones Internacionales de SADOP, en colaboración con nuestro compañero Vicente I. Serra, procuramos estar presentes en este histórico 17 de octubre, fecha donde se cumplen 75 años de la gran movilización obrera y sindical que pasaría a la historia como Día de la Lealtad y que significó la incorporación de la clase obrera a la vida política del país con el surgimiento de una nueva fuerza, distinta de las existentes, que aplicaría nuevos enfoques, prácticas y liturgias que la distinguieron del resto.
Los coroneles
El golpe de estado de 1943, iniciado por una veintena de Coroneles nacionalistas identificados con la sigla GOU (Grupo de Oficiales Unidos), fue un acontecimiento que marcó una gran diferencia con los gobiernos liberales de la Década Infame.
Pero la ruptura de relaciones con el Eje originó una crisis entre los oficiales, que depusieron al Presidente Pedro Pablo Ramírez para encumbrar a Edelmiro Julián Farrell, quien designó a Juan Domingo Perón Ministro de Guerra, reteniendo el Departamento de Trabajo y Previsión, cargo en el que estaba desde el principio de la revolución.
El Coronel Perón comenzó a mostrar gran habilidad para resolver conflictos y tomar medidas en beneficio de la clase obrera, que empezó a mirar con simpatía a ese militar que se acercaba a los trabajadores para preguntar por sus necesidades.
Esa designación también le permitió, acaso de manera fortuita, conocer a Evita (Eva Duarte), la compañera de su vida, al coincidir en un festival en beneficio de los damnificados por el terremoto de San Juan en enero de 1944.
Edelmiro Julián Farrell – Pedro Pablo Ramirez – Juan Domingo Perón
El poder
El poder del Coronel Perón aumentó considerablemente al sumar la Vicepresidencia de la Nación, lo que marcaría el comienzo de su carrera política, con sus convincentes discursos difundidos por radio.
La ahora Secretaría de Trabajo y Previsión manejaba la Caja de Ahorro, la Caja Nacional de Jubilaciones y Pensiones, Maternidad, Asociaciones Mutuales, la Oficina de Conciliación y Arbitraje, la Caja de Crédito Nacional y la Secretaría de Industria y Comercio. Mucho poder.
Perón seguía promoviendo los derechos de los trabajadores que conformaban una clase social postergada, frecuentemente reprimida, pero transformada ahora con la llegada de obreros de las provincias, los cabecitas negras, que se acercaban a la capital y las grandes ciudades atraídos por un incipiente proceso de industrialización, necesario a causa de la falta de insumos importados, por la guerra.
Los derechos
Perón se había rodeado de dirigentes que le respondían, como el Coronel Hugo Mercante, José Figuerola, Cipriano Reyes, Luis Gay, Ángel Borlenghi, Juan Atilio Bramuglia, y con ellos llevó a la práctica derechos que a la vista de la oligarquía eran perniciosos para el país: aguinaldo, vacaciones, construcción de barrios obreros, salario familiar, jubilaciones, indemnizaciones; el Estatuto del Peón.
La sanción de 29 decretos, de 319 Convenios Colectivos, 375 conciliaciones y de miles de soluciones a problemas obreros, hizo que Perón ganara amplio espacio frente a partidos de izquierda y organizaciones sindicales que no le eran afines.
El pueblo comprendió: un militar con poder y de su lado en el permanente enfrentamiento entre capital y trabajo. Es que la conquista de la clase trabajadora era el objetivo para apuntalar su presencia fuera del ámbito castrense.
La oposición
Cuando en setiembre de 1945 se levantó el estado de sitio, grupos de opositores con la consigna “por la Constitución y Libertad” marcharon contra el gobierno al que acusaban de totalitario y autoritario, pidiendo que renunciara en beneficio de la Suprema Corte de Justicia.
También los Estados Unidos fogoneaban a la oposición llamando a su embajador en consulta y adoptando una política de confrontación con el envío de un nuevo representante diplomático: Spruille Braden. La contraria Junta de Coordinación Democrática reunía a políticos y organizaciones que competían para acceder al poder.
Perón se dio cuenta que luego vendrían los planteos militares y un seguro complot destituyente. Evita, cuya relación con Perón escandalizaba a muchos, les dio el motivo: intercedió para que fuera designado un amigo de la familia Duarte en el Correo.
La caída
Los oficiales de Campo de Mayo tomaron como una provocación la injerencia de Evita en el gobierno militar. La guarnición, con el General Ávalos a la cabeza, se reveló y exigió a Farrell la renuncia de Perón de todos sus cargos.
Así lo hizo el 10 de octubre, pero se despidió de los trabajadores en un acto frente a la Secretaría de Trabajo y luego por radio: “Venceremos en un año o venceremos en diez, pero venceremos”. Y agregó: “No se vence con violencia, se vence con inteligencia y organización”.
Estas palabras indignaron a algunos camaradas de armas. Farrell tuvo que designar a Eduardo Ávalos Ministro de Guerra y a Héctor Vernengo Lima, el declarado enemigo de Perón, en Marina. El General Aristóbulo Mittelbach, Jefe de Policía, recibió la orden de detener a Perón y ponerlo bajo arresto, a disposición de la Marina.
Detenido en la isla Martín García, encarga a Mercante que cuide a Evita pero aquél también es arrestado y enviado a Campo de Mayo.
Desde Martín García el Coronel pidió su baja y envió una carta a Evita prometiéndole que se casarían, y que dejaría la política para radicarse en el sur.
Perecía todo terminado, pero el huracán de la historia se lo llevó por delante.
En la isla, recibió la visita del doctor Miguel Ángel Mazza, médico, que le habló del apoyo de oficiales y suboficiales, de las organizaciones obreras y de los trabajadores. Urdieron un plan para dejar el lugar de detención por razones de salud.
Es el pueblo
En Rosario la gente gana la calle, paran los ferroviarios, los frigoríficos, en Tucumán los obreros de los ingenios, en el campo los peones; Gay, Reyes, Evita recorren sindicatos. La CGT declara paro General el día 18 de octubre.
Perón es trasladado al Hospital Militar el martes 16, aún bajo arresto.
El miércoles 17, desde muy temprano en la mañana los trabajadores de La Plata, Berisso, Ensenada, Avellaneda, Lanús, Quilmes, se lanzan a la calle. Las fábricas y talleres cierran, otros no abren. Los ferroviarios se declaran en huelga y bloquean las vías con durmientes.
Una multitud marcha a la Plaza de Mayo: “Queremos a Perón” es el grito, que con tiza y carbón reproducen las paredes de Buenos Aires.
El Riachuelo es cruzado por sus puentes, luego en botes y maderos y hasta a nado por sus ya contaminadas aguas. Una marea de obreros en carros, en camiones, en tranvía, a pie, todos a la plaza. Mecánicos, peones, ferroviarios, mercantiles, portuarios, arrieros. El pueblo. Los cabecitas negras van llenando la plaza con un solo “Queremos a Perón”.
Farrell y Ávalos dan órdenes de detener a las columnas. ¡Imposible! Perón en el Hospital Militar donde había pasado la noche, recibe a Mercante, ya en libertad, y a dirigentes sindicales. Con calma, cauteloso, esperando el momento. Su momento.
En la plaza
La llovizna de la mañana se transforma en un sol radiante; humedad, calor. La multitud grita enfervorizada “¿Dónde está Perón?”. Farrell ordena a Mercante que les hable, que les diga que Perón está a salvo. Mercante espera, dilata. Dice que prepara un discurso para que, mientras, la plaza reviente. Luego toma el micrófono y comienza: “El General Ávalos…”. No pudo terminar, la rechifla le impide continuar.
El Ministro Vernengo Lima pide a un capitán que ¡ametralle a la multitud desde los techos de la Casa Rosada!
Un periodista peronista, Eduardo Colom, toma el micrófono para decir: “El General Ávalos me anuncia que Perón está en libertad”. La muchedumbre corea “¡no le creemos!” “¡yo tampoco!” agrega Colom.
El Embajador de Gran Bretaña se acerca a la Casa de Gobierno en su limusina buscando una autoridad que lo atienda para exigir que los ferrocarriles de propiedad inglesa, vuelvan a funcionar. No encuentra a nadie, salvo la multitud que lo respeta.
Cae la tarde y la gente ilumina la plaza con la última edición de los diarios convertidos en antorchas. Mientras, se ponen bolsas de arena y llegan soldados vestidos de combate, con armas largas, frente a la Casa Rosada.
Perón designa un grupo de sus leales para imponer sus condiciones y así aplacar a la plaza, que le permitan hablar desde el balcón, el anuncio de elecciones y la renuncia de Ávalos y Vernengo Lima.
Se llega a un acuerdo a las 9 de la noche: Perón hablaría desde el balcón y por la Red Nacional de Radiodifusión.
El Coronel del pueblo
Farrell se reúne con Perón y acepta todos sus términos. Juntos se dirigen a la Casa Rosada y 30 minutos después, eran más de las 11 de la noche, Perón aparece en el balcón con los brazos en alto, recibiendo una ovación de 15 minutos mientras la gente agita pañuelos y sus improvisadas antorchas.
Profundamente conmovido, el Coronel pide que se entone el Himno para ordenar mientras sus pensamientos: “¡Trabajadores!”. Nuevo griterío interminable: “Hace casi dos años desde estos mismos balcones dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser patriota y la de ser el primer trabajador argentino”. Y termina diciendo: “Trabajadores, únanse, sean hoy más hermanos que nunca”.
Desde ese momento un pueblo encontró su líder, y el líder supo leer el alma de su pueblo. La gran fuerza política creada –el peronismo- aprendió a tener conciencia de su valor como tal, como movimiento obrero, como clase, e incorporó como valores la conciencia nacional, la justicia social y el sentido de una vida digna e igualitaria. La Argentina no sería la misma.
A los 75 años de la Gran Gesta de la Lealtad, en nombre de SADOP, de sus dirigentes y militantes, un sentido homenaje al Líder, a Evita y al Pueblo Trabajador.
Por un nuevo 17 de octubre.
Por: Secretaría de Relaciones Internacionales – SADOP
Colaboración de Vicente I. Serra