En este primer artículo, de una serie de notas dedicadas a patriotas y héroes latinoamericanos, la Secretaría de Relaciones Internacionales de SADOP repasa la vida y obra de Manuel Belgrano.
El derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930 dio inicio en nuestro país a un periodo de proscripción de las mayorías populares, la restauración oligárquica-conservadora y la persecución de opositores. Con el Golpe de Estado comenzó la Década Infame.
En 1931 resultó victoriosa la fórmula Agustín P. Justo – Julio A. Roca (h) gracias a la consumación de un grosero fraude y el apoyo del sector financiero nacional e internacional.
A través de la ley 12.114 de 1934, el General Justo, un amante de la historia nacional, le encarga a la “Junta de Historia y Numismática Americana” –luego Academia Nacional de la Historia- la publicación de la historia de nuestra patria.
Ricardo Levene, Presidente de la Academia Nacional, fue un actor clave para escribir la Historia Oficial. Catorce tomos más las separatas sobre los Presidentes culminaron una obra de 20 años de redacción en la que participaron de Mariano Vedia y Mitre, abogado, historiador y político; Juan Álvarez, historiador; el jesuita Guillermo Furlong; Ricardo Rojas, fundador de la Cátedra y del Instituto de Literatura Argentina de la Universidad de Buenos Aires; Ramón Cárcano, ex Diputado nacional y ex Gobernador de Córdoba, y la redacción de Ramón Menéndez Pidal.
Pretendía ser la historia oficial y definitiva de la Argentina, que nunca cambiaría, que seguiría su senda de éxito, insertándose en el mundo capitalista bajo el ala del imperialismo de turno, aceptando mansamente el sometimiento económico y político a Gran Bretaña y el cultural a Francia: una colonia feliz.
La publicación oficial alaba la supremacía de Buenos Aires sobre el interior iniciada con las batallas de Caseros (1852) y terminada con Pavón (1861); se rebautiza al proyecto unitario como “liberal” y ensalza al nuevo Ejército Nacional ocupado en la destrucción de los gobiernos provinciales federales, junto con la cultura nacional, criolla y popular.
La historia nacional-oficial describe el triunfo definitivo de la civilización blanca porteña, que se esforzaba por parecer europea, por sobre la barbarie provincial de los argentinos humildes, gauchos, negros e indios. Era también la victoria de la libertad –de comercio- que arruinaba la economía de las mayorías del interior para beneficio de la oligarquía comercial-ganadera.
En esta patria victoriosa porteña y oligárquica debían desaparecer los indios, los gauchos, los negros y mulatos, para crear un nuevo país de raza pura, blanca, sin caudillos ni anarquistas, sin izquierdistas, sin luchas obreras; donde no hubiera lugar para los “malditos”: José Artigas, Martín Miguel de Güemes, Manuel Dorrego, Juan Manuel de Rosas, Ángel Vicente Peñaloza, conocido como el “Chacho”, Ricardo López Jordán , Hipólito Yrigoyen… y que se distinguiera bien de los otros países latinoamericanos llenos de chusma negra y cobriza con su lucha por una liberación imposible.
La historia nacional-oficial describe el triunfo definitivo de la civilización blanca porteña.
Luego vinieron los que, más cercanos a nosotros, nos enseñaron esa historia falsificada, tergiversada y mentirosa de José Astolfi y Alfredo Grosso, con todos los reyes europeos y la epopeya de la conquista de América para España y la Iglesia, pero ignorando deliberadamente a próceres y héroes nacionales, provinciales, populares y latinoamericanos. Con la exaltación de Bernardino Rivadavia, Domingo Sarmiento, Bartolomé Mitre y Julio Argentino Roca, y alabando el intento de destrucción del país criollo que dio origen a nuestra conciencia nacional y que incluyó a nuestra patria como parte integrante e indisoluble de América Latina.
Pero nada es definitivo: aparecieron otros escritores y difusores de la verdadera historia: la de las mayorías, la de los inmigrantes de la mano de obra barata, la de los explotados de la tierra, la de los cabecitas negras, la de las luchas populares.
¿Revisionismo? La historia es siempre revisión; y, como dijo Voltaire, “el historiador tiene dos deberes principales: no mentir y no aburrir”.
Con esta presentación y con estas dos premisas, iniciamos en la Secretaria de Relaciones Internacionales de SADOP, una serie de biografías donde no faltarán la de los patriotas argentinos y latinoamericanos: José Artigas, Martín Güemes, Juana Azurduy, Benito Juárez, Mariquita Sánchez, Ernesto Guevara, Eva Duarte, Emiliano Zapata, Omar Torrijos, Manuela Pedraza, Augusto Sandino, Simón Bolívar, Salvador Allende, Juan Perón….
Como es uno de los más grandes y este año se cumplen 200 años de su muerte, comenzaremos con la del Libertador Manuel Belgrano.
PATRIOTAS LATINOAMERICANOS
Manuel Belgrano
Comenzamos esta serie dedicada a los patriotas y héroes de Latinoamérica tratando de ceñirnos a la verdad histórica que muchas veces desmiente a la historiografía liberal, empeñada en rebajar al gaucho, al negro y al indio, es decir, a las mayorías populares de nuestro país y de nuestra América mestiza. La historia oficial catalogó a Belgrano de general y creador de la bandera, nada más. Pero dejó de lado los aspectos más importantes de su vida. Fue abogado, economista, educador y periodista; pero su grandeza estuvo relacionada con sus ideas y acciones en pro de nuestra libertad e independencia, debiendo ser reconocido como uno de los Libertadores de América.
En el año del bicentenario de su muerte y como muestra de respeto y justo homenaje a su enorme figura, he aquí su biografía.
Los primeros años
Los Belgrano eran 16 hermanos, hijos de una de las familias más acaudaladas de Buenos Aires. Su padre, Doménico Belgrano e Peri (luego Pérez) era natural de Génova e hizo fortuna al llegar a la ciudad-puerto donde se dedicó al comercio, al contrabando, que no era del todo ilícito, y al tráfico de esclavos.
Los padres organizaban el futuro de sus hijos y el de comerciante fue el indicado para Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, aunque el destino lo llevó por otros caminos. Comenzó sus estudios primarios en el Convento de Santo Domingo, a pocos metros de su casa natal. Luego se licenció en filosofía en el Colegio San Carlos, lo que decidió a su padre a mandarlo a España a estudiar en Salamanca, la más prestigiosa Universidad de lengua castellana.
La historia oficial catalogó a Belgrano de general y creador de la bandera, nada más. Pero dejó de lado los aspectos más importantes de su vida
En 1789 se graduó como Bachiller en Leyes y rápidamente como abogado. Viajes de juventud entre España e Italia y una vida de relaciones alegres de estudiantes con el sexo femenino, le trajo una desgracia que arrastró a lo largo de su vida y quizás le produjo la muerte: la sífilis.
El Consulado
Manuel regresó a Buenos Aires como un alto funcionario virreinal: Secretario perpetuo del Consulado de Comercio, pero se encontró con una desgracia familiar. Su padre había estado preso y perdió casi toda su fortuna al ser condenado por maniobras ilícitas en la Aduana porteña.
Belgrano, dedicado de lleno a su función, propuso el cultivo de cáñamo y lino; la creación de depósitos de trigo; el acopio de cuero e intentó la forestación de la campaña y la introducción de arados y nueva tecnología rural.
Educador nato, se interesó en la creación de una escuela de comercio, luego de dibujo y náutica que creía necesaria para el desarrollo. Como periodista colaboró con varias publicaciones de carácter económico y político. Según su visión, la industria debía ser la base para potenciar la agricultura y que España siempre había postergado en pos de un exagerado proteccionismo que Manuel criticaba pero sin caer en el liberalismo económico.
Algunas de estas propuestas fueron puestas en práctica pero, al cabo de seis años en el Consulado se dio cuenta que a los comerciantes porteños “cortos de entendederas”, solo les importaba comprar por cuatro para vender a veinte. A pesar de los pocos éxitos, fue la época de su mayor producción intelectual.
El primer amor
A los 23 años conoce a una niña de la sociedad: María Josefa Ezcurra, hermana mayor de la que sería esposa de Juan Manuel de Rosas. Pese a haberle dado palabra de matrimonio, los padres de la joven no permiten el casamiento porque la fortuna de los Belgrano se encontraba embargada y el padre arrastraba una causa penal por estafa al fisco.
Como era de práctica en la época, los padres de María Josefa la casan con un primo comerciante que luego de la Revolución de Mayo y para mantenerse leal al rey, retorna a España para no volver. La relación con Manuel renace pero el matrimonio sería imposible por cuanto Mará Josefa seguía casada. No obstante siguió a su amado en su misión militar a Jujuy y Tucumán, donde quedó embarazada. El 30 de junio de 1813, en Santa Fe, dio a luz a un niño que fue adoptado por la familia Rosas: Pedro Pablo Rosas y Belgrano.
Las invasiones inglesas
A los 36 años a Manuel le otorgan el grado de Capitán de Milicias Urbanas por ser funcionario y a pesar de que no tenía el más mínimo conocimiento militar.
Casi fue un desfile el ingreso de William Beresford, militar y político británico que gobernó a Buenos Aires durante tres meses a raíz de la invasión. Manuel no entró en combate pero se negó a jurar fidelidad a Su Majestad Británica –como lo hizo el resto del Consulado- fugándose a la Banda Oriental.
Luego de la Reconquista, se sumó al Regimiento de Patricios como Sargento Mayor, al mando de Saavedra. Tuvo instrucción militar, estudio táctica y estrategia, se entrenó en el manejo de armas, cavó trincheras y participó en la defensa del Convento de Santo Domingo. En esa época comenzó a reunirse con jóvenes revolucionarios como Mariano Moreno, Nicolás Rodríguez Peña y Juan José Castelli, su primo.
Según su visión, la industria debía ser la base para potenciar la agricultura
La Revolución de Mayo
Su designación como vocal de la Primera Junta lo sorprende. Si bien frecuentaba los ambientes revolucionarios en ningún momento se muestra como hombre de acción frente al grupo mayoritario de jóvenes comprometidos. Manuel ya tenía 40 años. Pero por la fuerza de los acontecimientos, se convierte en uno de los líderes junto a Cornelio Saavedra, Moreno y Castelli.
La invitación a las provincias del interior, para sumarse a la Revolución, no fue aceptada de manera uniforme: la Banda Oriental, Córdoba, el Alto Perú y la provincia del Paraguay manifestaron su rebeldía ¿cambiar al amo español por el porteño?
Belgrano militar
Castelli comandó la expedición que se dirigió al Alto Perú, fusilando a Santiago de Liniers por contrarrevolucionario, en su paso por Córdoba.
Belgrano, con el grado de Brigadier, marchó a Paraguay con la intención de derrotar al Gobernador Bernardo de Velasco que la Junta creía militarmente débil. Partió de Buenos Aires con 200 milicianos con escaso entrenamiento y fue sumando “voluntarios” por el camino hasta contar con mil hombres.
Su designación como vocal de la Primera Junta lo sorprende. Si bien frecuentaba los ambientes revolucionarios en ningún momento se muestra como hombre de acción
Velasco contaba con un ejército de siete mil hombres, la mayoría de caballería. El primer encuentro fue una derrota para las tropas revolucionarias; Belgrano intenta contraatacar en Tacuarí, siendo definitivamente vencido.
Confiando en la fuerza de la diplomacia inicia conversaciones con oficiales paraguayos los que, en muy poco tiempo forman una Junta Gubernativa que firma un tratado de amistad, auxilio y comercio con los patriotas, manteniendo el Paraguay su autonomía.
De regreso a Buenos Aires es enviado a la Banda Oriental para apoyar a las milicias campesinas y aborígenes que al mando de los hermanos Artigas hacían frente a los realistas. Pero es llamado a Buenos Aires por problemas internos de la Junta.
El motín de las trenzas
En noviembre de 1811 el nuevo gobierno del Triunvirato designó a Belgrano como Coronel del Regimiento 1º Patricios en reemplazo de Saavedra, condenado al destierro. A pesar de que fue cierto que ordenó que los soldados se cortaran la tradicional coleta para igualarse a los demás regimientos, el verdadero motivo del motín fue apoyar a Saavedra a quien consideraban su jefe injustamente condenado.
Rosario: la creación de la bandera
Al frente del Regimiento de Patricios fue comisionado al pueblo de Rosario para erigir dos baterías de cañones: una emplazada en la costa y la otra en una isla frente al pueblo. Tenían por objeto detener el avance de naves realistas que, salía de Montevideo y saqueaban poblaciones rivereñas. Las llamó “Libertad“ e “Independencia”.
En Rosario ordenó el uso de la escarapela celeste y blanca como distintivo de las tropas en lugar de la roja que identificaba a los españoles. El Triunvirato convalidó su uso.
El 27 de febrero de 1812 inauguró las baterías e hizo jurar a sus soldados la recién creada bandera con los colores de la escarapela. El Triunvirato ordenó ocultarla, porque su uso era el equivalente simbólico a proclamar una nueva nación.
El ejército del Norte. El éxodo jujeño
El mismo día en que creó la bandera, el Triunvirato lo nombra Jefe del Ejército del Norte, en reemplazo de Juan Ramón Balcarce y Castelli, luego del desastre de Huaqui. Belgrano rehace al ejército nacional e impone la disciplina, a veces, al costo de severas sanciones.
Los poderosos ejércitos realistas bajaban del Perú, victoriosos, al mando del General Goyeneche.
El 25 de marzo de 1812 el ejército patriota se halla en la ciudad de Jujuy tratando de reorganizarse y armarse. Belgrano nota la inferioridad en que se encuentra y toma una decisión heroica: ordena, bajo pena de fusilamiento, abandonar la ciudad, quemar las cosechas, matar los animales que no se pudieran arrear y no dejar metales ni nada útil al invasor. 15 mil personas, centenares de carretas, en cinco días recorren 250 kilómetros con destino a Tucumán. Pero el Triunvirato le ordena bajar a Córdoba para defender a Buenos Aires ya que no tenía otra manera de contener a los realistas.
En Rosario ordenó el uso de la escarapela celeste y blanca como distintivo de las tropas en lugar de la roja que identificaba a los españoles. El Triunvirato convalidó su uso.
Por primera vez Belgrano desobedece. Los tucumanos le piden que se quede en la ciudad bajo la promesa de conseguirle mil milicianos, caballos, equipamiento, armas y 20 mil pesos para el pago de la tropa.
Batallas de Tucumán y Salta
Mientras tanto, el ejército español, ahora al mando del General Juan Pío Tristán, supera Jujuy y se dirigen con rumbo a Tucumán para dar batalla.
El enfrentamiento se produce el 24 de septiembre de 1812. Tristán dispone de 3.200 hombres y 15 cañones. Belgrano cuenta con 1.800 y 300 milicianos gauchos, con 10 cañones de pequeño calibre.
Superando vómitos de sangre que le impedían montar, inició el cañoneo a las 11. Arremetió la caballería y la infantería española cargó a la bayoneta. Después todo fue desorden porque el cielo se oscureció y una manga de langostas llenó de confusión a los dos bandos que continuaron combatiendo.
Belgrano se deprime porque se cree derrotado pero es informado por sus oficiales que el campo está lleno de cadáveres realistas. A la mañana siguiente, contaron las bajas españolas que fueron de mil hombres ¡Fue victoria!
Pío Tristán, tratando de rehacerse, se encaminó a Salta. No podía creer en su derrota. Recibe refuerzos y ahora tiene 3.500 hombres.
Belgrano, con la artillería capturada y con ánimo vencedor, se dirige para dar batalla. Tiene 3.400 soldados y el enfrentamiento se produce el 20 de febrero de 1813.
El gobierno nacional premia a Belgrano con 40 mil pesos (equivalentes a 80 kilos de oro) que dona para la construcción de cuatro escuelas en el norte.
Seis horas dura la batalla de Salta y es una nueva y definitiva victoria patriota. Tristán se rinde y Belgrano, después de rechazar su espada y abrazarlo, le concede honores de guerra. Habían sido compañeros en Salamanca. Otorga la libertad a oficiales y tropas bajo juramento de no volver a tomar las armas contra la patria. Algunos criticaron esta acción por demás bondadosa, porque generalmente una victoria terminaba en degüellos y fusilamientos. Pero, en definitiva, el gesto redundó en un aprecio del pueblo por el ejército. Pocos españoles ignoraron el juramento que el Virrey del Perú y el Obispo ordenaron desconocer por provenir de infieles.
El gobierno nacional premia a Belgrano con 40 mil pesos (equivalentes a 80 kilos de oro) que dona para la construcción de cuatro escuelas en el norte.
Las victorias de Tucumán y Salta detuvieron el avance realista en el norte e impidieron que se juntaran con los ejércitos que operaban en la Banda Oriental, lo que posibilitó que San Martín iniciara su campaña en Chile y Perú.
Las derrotas
Belgrano llegó con su ejército victorioso hasta la villa imperial de Potosí dispuesto a cercar a las fuerzas españolas del norte al mando del General Joaquín de la Pezuela. Planeó una maniobra envolvente, atacándolo por tres flancos, con la ayuda de los naturales de la zona. El general español se anticipó y arrolló a los patriotas en la pampa de Vilcapugio. Tratando de rehacerse, evitando deserciones, nuevamente dio batalla en Ayohuma. El resultado fue calamitoso y produjo la caída definitiva de las provincias del Alto Perú.
Belgrano fue sustituido por San Martín. Se encontraron cerca de Yatasto y compartieron la idea y metodología para la independencia continental.
Misión en Europa
En 1814 el Director Posadas envía a Belgrano y Rivadavia a las portes de Inglaterra y España con la confusa finalidad de lograr el reconocimiento del proceso independentista o, al menos, las libertades civiles. Vuelve al año siguiente sin haber podido cumplir el cometido; lo sigue una amante –la insinuante Madame Pichegrú- pero Manuel es enviado a Tucumán para informar sobre la situación europea al Congreso que declararía la independencia.
La declaración de la Independencia
En sesión secreta, informa a los congresales, sugiriendo que luego de la declaración de la Independencia se elija, como forma de gobierno, una monarquía constitucional encabezada por un Príncipe Inca. La propuesta fue apoyada por San Martín y Güemes, pero tuvo la oposición de los representantes porteños. La idea no era descabellada dada la importante población originaria en las provincias del norte y la tendencia monárquica en Europa.
Un nuevo amor y una hija
En su primer estadía en Tucumán había conocido una niña de 14 años –María Dolores Helguero- a la que había dado palabra de matrimonio. Nuevamente no pudo ser por los nuevos destinos de Belgrano que lo llevaron a la guerra y a Europa.
María Dolores se casó con otro hombre pero, la relación continuó en 1818, cuando el General tenía 48 años. De la unión nació una niña que se llamó Manuela Mónica del Corazón de Jesús. Fue educada en Buenos Aires por la familia de Belgrano por expreso mandato testamentario.
Sugirió, como forma de Gobierno, una monarquía constitucional encabezada por un Príncipe Inca.
Sus últimos tiempos
Estando en Tucumán, se complica su salud con un ataque de Paludismo. La hidropesía ya le impedía montar. El Directorio le ordena bajar con el ejército a Santa Fe para reprimir a Estanislao López. Lo mismo le ordena a San Martín que desconoce la orden y permaneces en Chile. Belgrano obedece, pero sus tropas desertan en Arequito.
El deterioro de su salud se profundiza. A los 49 años tenía un cáncer en el aparato digestivo, según reveló su autopsia. Para volver a Buenos Aires pide le adelanten unos sueldos, lo que le es negado porque no había plata en el erario público. Su amigo, el comerciante José Celedonio Balbín, le remite un préstamo de 2 mil pesos.
Manuel ya no camina, tienen que cargarlo; está muy afectado por sus varios padecimientos. Su final se acerca.
La muerte
Casi sin dinero llegó a Buenos Aires a la casa paterna en compañía de su hermano cura y un oficial, que era hermano de María Dolores, y el doctor Joseph Redhead, quien lo atendió durante meses en su etapa final. Como Belgrano no tenía dinero, le regaló un reloj de bolsillo que le obsequió el rey Jorge III de Inglaterra, y que en 2007 fue robado del museo histórico. Estaba valuado en 400 mil euros.
A los 50 años el cáncer, la sífilis, la hidropesía y el paludismo le causaron la muerte ese 20 de junio de 1820. Los diarios porteños lo ignoraron; estaban ocupados en los avatares políticos porque ese día Buenos Aires tenía tres gobernadores.
A su pedido, se lo enterró en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo, amortajado con los hábitos dominicos terciarios, en un humilde cajón de pino, sobre el que se echó cal. Una placa de mármol sacada de su cómoda rezaba: “Aquí yace el Gral. Manuel Belgrano”. Lo acompañaron sus hermanos y unos pocos amigos.
En el testamento dejó sus bienes, que eran créditos contra el Estado, a cargo de su hermano cura Domingo Estanislao, con la manda de que, una vez cobrados los créditos y saldadas las deudas, el remanente se destine a la educación de Manuela Mónica, que tenía un año.
Homenajes
Un año después se lo recordó con una misa en la Catedral, declarando la ciudad en duelo, con desfile militar, repique de campanas y un cañonazo desde el fuerte cada cuarto de hora.
En 1895 se decidió la construcción de un mausoleo en la entrada de la Iglesia de Santo Domingo, con suscripción de aportantes voluntarios de Buenos Aires y las provincias.
A los 50 años el cáncer, la sífilis, la hidropesía y el paludismo le causaron la muerte ese 20 de junio de 1820.
En 1902, durante la presidencia de Julio Argentino Roca, se inauguró y trasladaron sus restos; los diarios denunciaron que estuvieron presentes los Ministros Pablo Riccheri y Joaquín V. González, quienes no se sacaron sus galeras en señal de respeto, y se apoderaron de algunos dientes, únicos restos que no se habían convertido en polvo. Los devolvieron.
Creemos que no hace justicia a Manuel Belgrano al reducirlo a un militar que, sin ser brillante, creó y defendió la bandera de nuestra Patria. Fue mucho más que eso: periodista, jurista, educador, economista. De él dijo San Martin: “Yo me decido por Manuel Belgrano; éste es el más metódico de los que conozco en América, lleno de integridad y talento natural; no tendrá los conocimientos de un Bonaparte en punto a la milicia pero, créame Ud. que es el mejor que tenemos en la América del Sur”.