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Visibilizar lo invisible

  • Publicación de la entrada:9 noviembre, 2016
  • Tiempo de lectura:8 minutos de lectura

La necesidad de profundizar el análisis e investigación de las causas que provocan la escalada de violencia a la que son sometidas miles de mujeres en nuestro país, cuya máxima expresión culmina con la muerte de la víctima y el sufrimiento de niños, adolescentes, madres, padres y familias enteras, nos conduce sin dudas a replantearnos lo que creíamos saber. 

Lo primero que debemos reconocer es que las cuestiones de género no pueden abordarse ni explicarse desde una sola disciplina. La complejidad humana impone análisis que abarcan los aspectos biológicos, psicológicos, sociológicos, antropológicos e históricos.

La subjetividad femenina fue definida de distintos modos según los tiempos históricos, las sociedades y los saberes dominantes. De hecho, los modos de sentir, pensar y comportarse de los géneros son definidos más por una construcción socio-cultural y psicológica que asigna el ser masculino o ser femenino a una persona. Por cierto también en un momento histórico dado. Lo remarcamos porque esa asignación de subjetividades masculinas y femeninas han sufrido algunos cambios según los momentos históricos y los cambios sociales han influido en esa asignación de roles. Sin embargo, pareciera que esas asignaciones han variado bastante poco para los roles masculinos donde la cultura patriarcal ha designado casi con exclusión de cualquier otro rol, el poder maternal a la mujer con toda la carga de responsabilidad en la educación de los hijos. Al decir de los psicoanalistas la libido femenina puesta al servicio de los hijos. Mientras, el poder asignado al varón en la provisión de los víveres y la subsistencia. Lo doméstico para la mujer, lo del mundo exterior para el varón.

Esta concepción sufrió un gran cambio luego de la revolución industrial, cuando la mujer comenzó a trabajar fuera del hogar y entonces la cultura patriarcal asignó nuevos roles: el poder de lo racional y lo económico quedó en manos del varón y se le asignó la exclusividad del poder emocional o afectivo a la mujer, custodia del hogar y la familia, aun cuando desarrolle tareas de trabajadora fuera del hogar. Como decíamos los cambios más fuertes los sufrió la mujer ya que si bien ahora se le permite salir a trabajar, se le exige igualmente cumplir con su rol de guardiana de los vínculos y afectos, cargando con las consecuencias por las horas que se ausenta del cuidado y vigilancia de la familia.

En tanto, en esta sociedad machista aún se le asigna a la mujer el rol maternal por lo que aquellas que no lo encuentran, no lo asumen o simplemente quieren probar asumir otros roles son miradas con desconfianza y son señaladas como “fuera de la norma” o “anormales”. Cada vez más podemos darnos cuenta o visibilizar estos estereotipos y asumirlos como parte de esta cultura dominante, machista que avasalla los deseos de la mujer considerando que sólo el varón puede asignarle roles, coartando la posibilidad de decisión, en el fondo considerándola un ser inferior al que no le está permitido elegir, decidir, asumir las consecuencias.

Lo oculto va mucho más allá. Decíamos que el poder de lo racional y lo económico está asignado al varón en este modelo patriarcal. Esto se patentiza en los modelos económicos reinantes y es lo que se invisibiliza para mantener el statu quo del poder económico.

Detrás de este rol asignado con exclusividad al varón se esconde la dominación económica de la mujer, que aún con mayores títulos y educación le está vedado acceder a puestos de jerarquía o, cuando pueden acceder lo hacen luego de someterse a infinidad de pruebas a los que jamás someterían a un varón. La desigualdad laboral luego es plasmada en su salario, en las exigencias en el trabajo y –como lo apuntamos antes-, también en el ámbito doméstico.

La psicoanalista Mabel Burin describe las cuestiones de género relacionadas con el ámbito laboral, plasmando cómo a través de lo que se denomina el “Techo de cristal” las mujeres sufren limitaciones, discriminaciones pero de índole tan sutil y oculta que se hace muy difícil identificar.

En su trabajo “Género y Psicoanálisis” desarrolla la hipótesis acerca de cómo la cultura patriarcal va desarrollando los mecanismos que influyen en el desarrollo de la subjetividad femenina y crean las condiciones de desigualdad con sus consecuencias en la autoestima femenina.

“¿Qué es el techo de cristal? Se denomina así a una superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar, que les impide seguir avanzando. Su carácter de invisibilidad está dado por el hecho de que no existen leyes ni dispositivos sociales establecidos, ni códigos visibles que impongan a las mujeres semejante limitación, sino que está construido sobre la base de otros rasgos que, por su invisibilidad, son difíciles de detectar.” (1)

La analista ensaya en su investigación algunos de esos rasgos que de algún modo esta cultura dominante ha construido como límite al avance femenino en el ámbito laboral. Entre ellos se encuentra por ejemplo, las responsabilidades domésticas asignadas a las mujeres que les impide asumir responsabilidades laborales en horarios vespertinos o nocturnos en los que en general se desarrollan ciertas actividades laborales en los denominados trabajos o puestos que requieren dedicación “full time”.

Por otra parte, el modo aprendido de vinculación afectiva de la mujer, contrasta con el modo de vinculación requerida para ocupar puestos donde lo que se pone en juego es la posibilidad de tomar decisiones con la frialdad y máximo de racionalidad lo cual impone una dicotomía en las relaciones y vínculos que muchas mujeres no están dispuestas a asumir considerando inaceptable esta vinculación de tipo indiferente y distante.

Hay que entender además que este mecanismo, sutil e invisible es efectivo más allá de las leyes protectorias contra la discriminación laboral y tiene más que ver con las formas de ejercicio del poder masculino y su legitimación en una cultura patriarcal.

Otro aspecto que es importante resaltar, hacer consciente, es el hecho que la cultura patriarcal no sólo plasma su violencia y dominación en el ámbito doméstico, dentro de la pareja o la familia, sino que se legitima y se prolonga en distintos ámbitos, de los cuales el laboral es uno de ellos. No es superfluo interrogarse sobre si entre las múltiples causas que explican los bajos salarios que se  pagan en  la actividad docente está el hecho de que se trata en su inmensa mayoría de mujeres quienes ejercen esta labor.

Simplemente hemos esbozado algunos rasgos, características y condicionantes que subyacen ocultos en el modo de trascender la vida de la mujer y la construcción de su subjetividad.  En el afán de profundizar en la reflexión de los factores –de los múltiples- que afectan este momento crítico en el que la cultura y valores patriarcales siguen mellando la autoestima, derechos y humanidad de las mujeres, reflexionamos sobre uno de los aspectos ocultos en los que esos hilos invisibles tejen las redes en las que muchas mujeres son atrapadas. 

Mario Almirón
Secretario General
SADOP – CDN

 

Nota (1): Burin, Mabel; “Género y Psicoanálisis. Subjetividades femeninas vulnerables”, 1987, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano.