Una pregunta que nos debemos hacer respecto al litigio de la Argentina con los fondos buitre es porqué estamos sometidos a esa extorsión. La respuesta inmediata es que nos quedamos sin divisas suficientes y, por lo tanto, debemos negociar si queremos acceder al crédito internacional para fortalecer nuestras reservas, cubrir los déficits provinciales y financiar obras de infraestructura.
Sin embargo el escenario de escasez de divisas resulta inconsistente, a primera vista, con un período en el cual la balanza comercial de bienes y servicios generó un ingreso neto de dólares al país, a través del comercio internacional, por U$S 175.379 millones en el período 2002-2013, según datos oficiales. Dicho número se achica bastante si tomamos en cuenta que el pago de intereses de la deuda externa se llevó U$S 42.795 millones de dólares y que, además, las empresas transnacionales remitieron al exterior durante ese período bajo el concepto utilidades y dividendos, U$S 63.087millones. Pese a estas importantes pérdidas de dólares, la Argentina debería haber acumulado U$S 70 mil millones genuinos en concepto de Reservas Internacionales, entre 2002 y 2013. ¿Por qué entonces el Banco Central sólo acumuló U$S 15.688 millones durante ese período?
La respuesta se encuentra en la importante pérdida de divisas que significó el comportamiento especulativo de los grandes grupos económicos no financieros locales y sus principales accionistas, traducido en una acumulación de activos externos que pasó de U$S 101.437 millones en 2002 a U$S 202.561 millones para fines de 2013, y que tuvieron como destino inversiones directas (U$S 31.926 millones), inmobiliarias (U$S 9.021 millones), de empresas (U$S 22.905) e inversiones financieras (U$S 170.635millones), según datos oficiales sobre la Posición de Inversión Internacional de nuestro país. Si tomamos en cuenta también los pasivos externos generados durante el mismo período y los restamos, llegamos a la conclusión de que los grupos dominantes, entre 2002 y 2013 incrementaron su riqueza neta en el exterior en U$S 56.676 millones.
En definitiva, el comercio internacional permitió un ingreso de dólares por más de U$S175.000 millones entre 2002 y 2013. Sin embargo, esto no alcanzó para hacer frente a la deuda externa heredada del neoliberalismo y a la extranjerización de nuestra economía (por ambos conceptos perdimos U$S 105 mil millones). A esto se suma el comportamiento rentístico de los grupos dominantes locales, cuya fuga neta al exterior nos costó casi U$S 57 mil millones. Todo este esquema de fuga de capitales dejó al Banco Central con pocas reservas, lo que obligó al gobierno a reconocer deudas ficticias de los años del neoliberalismo para volver al mercado de capitales a endeudarse. Las llamamos deudas ficticias porque son pasivos contablesque contrajeron los gobiernos de Menem y De la Rúa y que no significaron entrada de dinero al país.
La primera lección que nos aporta este episodio es económica y tienen que ver con la sustentabilidad del modelo de desarrollo: ni el superávit comercial acumulado más importante de las últimas décadas (sino el más importante de la historia) fue suficiente para soportar la intensa fuga de capitales al exterior por parte de los grupos dominantes, acompañada del drenaje continuo de dólares que implica la extranjerización de nuestra economía y el endeudamiento externo heredado del neoliberalismo.
La segunda enseñanza es de economía política: si no combatimos esas tres vías de escape de divisas, el acceso a los mercados de capitales en el futuro va a servir como puente para repetir el mecanismo utilizado por los grupos económicos dominantes en el pasado que es endeudar al Estado argentino en dólares para comprar luego esas divisas baratas en el país y fugarlas al exterior, como sucedió durante la dictadura cívico-militar con "la tablita" de Martínez de Hoz y en los noventa, con la Convertibilidad.
La tercera es política: un gobierno que renegoció su deuda externa para poder pagarla con crecimiento, sin el FMI de por medio y con mayor equidad social, es un malejemplo para un mundo donde mandan los acreedores financieros y, por lo tanto, prioriza el reconocimiento de deudas ficticias por sobre el reconocimiento de derechos sociales.
Por Pablo Chena
Fuente: Tiempo Argentino