“Un lenguaje que no ofenda sino que ofrenda, que no separe, que reúna, que no desprecie sino que aprecie”
Carlos Skilar
Por Prof. Nora Cuello –SADOP Seccional Córdoba
Prof. Sandra Ferrero- SADOP Delegación Río Cuarto
Es habitual escuchar frases como: “La gente tiene lo que se merece”, clara afirmación que la desigualdad es falta de aptitud y esfuerzo.
“Este estudiante se esfuerza cada día más, está haciendo mérito para alcanzar los objetivos”.
¿Será que es el estudiante quien tenga que FORZAR su trayectoria derribando barreras impuestas por el contexto o será que algo tiene que transformarse ofreciéndose de esta manera accesible y universal para que cada sujeto recorra su camino?
Sí, con esfuerzo, compromiso y entrega, pero no presionado y obstruido por quienes se posicionan en el lugar de los “OTROS”, “AQUELLOS”, “ELLOS”, como si no fueran parte de la misma sociedad.
La palabra mérito proviene del latín meritum, que convierte a una persona en digna de un premio o de un castigo, es el reconocimiento a un logro o justifica un fracaso.
Pues bien, si esto es así ¿dónde queda la dignidad de las personas con discapacidad a quienes el medio se les presenta con obstáculos, transformándose en espacios que legitiman las desigualdades?
Sin oportunidades para acceder a la educación, al trabajo, a los espacios políticos donde reclamar sus derechos vulnerados, o escuchando su voz autorizada para construir de manera colectiva derechos en clave de equidad.
Claramente el individualismo, la meritocracia o “sociedad de las credenciales”, es un mito del neoliberalismo. Una sociedad donde quienes no llegan al objetivo esperado desde ciertos parámetros es porque no se lo han ganado, porque no se esfuerzan.
No es lo mismo salir al mundo, del trabajo o a espacios propedéuticos, habiendo tenido la oportunidad de acceder a educación, a un entorno familiar y a un contexto favorable para desarrollarse como ser integral y de plenos derechos, que hacerlo bajo condiciones de precariedad, no sólo desde lo económico.
No es lo mismo. No naturalicemos que “el contexto es parejo para todos”, pues a simple vista ésta afirmación carece completamente de sentido humanizante. Sin dudas que los contextos, las condiciones y las oportunidades son pilares necesarios y deberían ser exigibles para gozar de las mismas oportunidades.
El mérito no deja de ser una manera de valorar a los sujetos, en una escala arbitraria, definida por quienes necesitan determinada “tipología de persona, fuerza de trabajo o individuo”.
Siendo la Educación, la Política y la Economía, grandes procesos sociales, que disputan poder y sentido, y siendo, según se conjuguen, los que determinan este constructo social del “mérito”, y se cae en un absurdo y cruel rotulismo, de mejores, peores, mediocres o promedios. Pongamos atención, hagamos un alto, estamos hablando de personas, tu hijo/a, el mío, tu amiga/o.
El peso del lenguaje, de las palabras, son sin duda campos de disputa de sentido y lucha, pero también de representaciones arraigadas en quienes se consideran meritorios, de logros vacíos de cultura colectiva o merecedores de castigos, por no alcanzar los estándares, de esa exquisita capacidad para valorar y definir al ser humano, que buscan imponer aquellos que propician, profundizan y afianzan, con hechos y palabras, la exclusión y la marginalidad.
Durante décadas el sistema educativo argentino, puso en un lugar relegado implícita y a veces explícitamente a dos Modalidades: la Educación Especial y la Educación Técnica. Ya que se consideraba que ambas eran para determinados “tipos” de estudiantes, que por su condición, “debían” ser parte de ese mundo y no aspirar a los espacios, que para ellos/as estaban vedados.
Durante ésas décadas, la docencia tuvo un rol fundamental, en aspectos de contención, diálogo socio-comunitario, formación de redes de apoyo, pues reconocían en sus estudiantes, valiosas personas, aún cuando la sociedad del mérito las marginaba y generaba cada vez mayores mecanismos de exclusión.
Pues bien, todo ese esfuerzo de sostenimiento de los docentes, en mantener a sus estudiantes dentro del sistema educativo, y darles un entorno que los impulsara a salir al mundo con mejores herramientas, tuvo sus frutos. Dos Leyes Nacionales dan mayor equidad, consolidan mecanismos de inclusión, no sólo educativa, sino social. Estas son las Ley de Educación Nacional 26206 y Ley de Educación Técnico Profesional 26058. No tienen aún dos décadas de sancionadas y la historicidad de la Educación en Argentina, no siempre contó con miradas desde la normativa que pongan a la inclusión como “principio rector” y a la Educación Técnica como “profesionalizante”, comprendiendo la formación ética, ciudadana, humanístico general, científica, técnica y tecnológica.
Una Educación que humaniza, que derriba barreras, que borra marcas y rótulos, merecimientos y castigos, pero que profundamente tiene claros sus objetivos, en busca de un mundo con mayor equidad, humanizante y solidario.