Por Jerónimo Rodríguez Use y Facundo Veronelli*
El mundo ha cambiado mucho desde la caída del muro de Berlín cuando el fin de la Guerra Fría dio paso a un proceso de expansión del libre mercado a escala planetaria, sin parangón alguno en la historia. Bajo el aparente despliegue “neutral” de la globalización se fueron imponiendo medidas de orientación neoliberal en las diversas economías del planeta. El discurso único impuso la desregulación del mercado haciendo especial hincapié en la crítica al Estado de bienestar y, sobre todo, a la intervención de los gobiernos en áreas claves de la economía. Así se radicalizó un proceso de consecuencias trágicas para las sociedades que adhirieron al canto de sirenas. Los resultados para los países de la región son bien conocidos: privatización de las empresas públicas, apertura indiscriminada de la economía en condiciones de clara desigualdad y flexibilización laboral, eufemismo de la tecnocracia económica para imponer condiciones paupérrimas de trabajo.
La crisis desatada en nuestro país por la implantación de ese modelo de orientación político-económica se expresó en diciembre de 2001 cuando las jornadas de protesta popular pusieron un freno a las políticas de ajuste reclamadas por países centrales y organismos multilaterales de crédito. Fue la hecatombe de la convertibilidad y el default. Néstor Kirchner asumió en medio de ese infierno y dio un giro de 180 grados, que significó recuperar la presencia del Estado en esferas vitales de la actividad económica del país.
En ese clima de reafirmación de las capacidades estatales fue crucial el “No al Alca” del año 2005 en Mar del Plata, cuando América Latina inició una nueva forma de relacionarse con el mundo. Como consecuencia de aquellas jornadas se pudieron plantear nuevos vínculos entre los Estados sudamericanos que se consolidaron con la creación de la Unasur. Esta organización regional, como su posterior Celac, se enmarca en los contextos geopolíticos que despiertan miradas críticas y apoyos fervorosos ya que los nuevos espacios regionales brindan respaldo continental a las decisiones de los Estados soberanos que los integran. Son dos organismos plurinacionales que han roto con el tutelaje de Estados Unidos y deciden en función de los intereses de sus integrantes eligiendo otro esquema de intercambio con el mundo mediante convenios en los que prima la conexión sur-sur. Un ejemplo son los convenios entre la Argentina y China.
El gigante asiático viene fortaleciendo desde los ’70 su estructura productiva. Perfiló su modelo de desarrollo en torno a la producción de bienes tangibles, haciendo caso omiso al sendero muy en boga durante las décadas de los ’80 y ’90 que anclaban las ganancias principalmente en el sector de las finanzas. Empresas chinas exportan hoy a todo el mundo y el crecimiento sostenido de su economía justifica que ocupe el primer lugar en cuanto a PBI mundial y, si se lo suma a los BRICS, representan en conjunto el 16% del PBI mundial. En lo que respecta a la región, el país asiático ha mostrado un profundo interés en profundizar los lazos comerciales con las naciones que lo integran. Así, es el principal importador de Brasil y Paraguay, y el segundo en nuestro país al igual que en Chile, Colombia, Perú y Ecuador.
La República Popular China impulsa acuerdos que van más allá de lo comercial, tal como lo prueban sus aportes en materia de financiamiento de infraestructura. Actualmente promueve los intercambios de estudiantes de grado y posgrado en los que la Argentina ocupa el primer lugar de los países de habla hispana, superando los intercambios con México y España. Esa política es coherente con su programa de apoyo al desarrollo regional, puesto que se ha comprometido a elevar las inversiones en América Latina hasta los 250 mil millones de dólares para la próxima década. Esa decisión se puso de manifiesto en el swap de monedas acordado con el gobierno argentino, en julio del año pasado, por un monto equivalente a 11 mil millones de dólares y a tres años de plazo.
El viaje de la presidenta de la Nación en los primeros días de febrero dio respaldo a la Alianza Estratégica Integral que desarrollan dos países de fuste en el actual contexto geopolítico internacional. La República Popular China tiene intenciones de seguir ocupando el primer puesto del ranking del PBI mundial, y ante la recesión económica presentada por los países centrales y Estados Unidos, y las recetas que postulan para sortear la crisis, el gigante asiático redobla la apuesta y profundiza sus lazos con la nación que ha conseguido sortear a los actores más perjudiciales del sistema económico mundial. La Argentina sigue sumando apoyos en el plano internacional en dos aspectos clave: la soberanía sobre las islas Malvinas y la batalla contra los fondos buitre.
Es en la profundidad de esta alianza donde se deben ubicar las críticas que reciben los acuerdos ratificados durante el último viaje presidencial. Los embates intentan desprestigiar los convenios con sentencias que no resisten el menor análisis pero son un buen catalizador de lo peor de un sentido común retrógrado y xenófobo. El postulado utilizado para tal fin por ciertos actores de la UIA es agitar que lo pactado con China es perjudicial para “la industria nacional y el trabajo de los argentinos”. Sin embargo, la inversión del Estado chino en infraestructura argentina tiene el efecto contrario, dado que funciona como un dinamizador de la economía generando más empleo: las proyecciones destacan la creación de 140 mil puestos de trabajo directo e indirecto como resultado de los distintos acuerdos suscriptos.
Lo que molesta a los enemigos del crecimiento económico con inclusión social, necesitado de financiamiento que no dan los mercados de títulos de deudas, es el sistema con que se realizan los acuerdos. Los convenios no incluyen revisiones “técnicas” ni condicionalidades sobre el manejo de la política económica como es norma del FMI, que exige políticas fiscales dirigidas a reducir el gasto público y dejar flotar el tipo de cambio.
Nuestra economía puede encontrar un sendero armonioso de crecimiento y complementariedad con el gigante asiático.
* Integrantes del GEENaP
Fuente: Diario Tiempo Argentino, Suplemento Trabajo y Economía