La teoría del desarrollo destaca que el crecimiento relativo de la industria doméstica es uno de los principales requisitos para evitar el cuello de botella externo que produce la inserción internacional. La política global reserva a los países subdesarrollados y emergentes una función exportadora de bienes primarios e importadora de bienes industriales.
Desde esta perspectiva se puede comprender fácilmente la inconsistencia del modelo neoliberal implementado en la Argentina que, por un lado, hacía crecer el consumo, mientras que, por el otro, destruía el aparato productivo interno a través de un proceso de apertura comercial indiscriminada con dólar barato. Dicho desequilibrio entre la oferta interna de bienes y la demanda agregada (reflejado en los saldos deficitarios de la cuenta corriente), se corrigió luego con la crisis y posterior devaluación de 2001-2002, que bajó el consumo interno abruptamente a costa de desempleo (cuya tasa alcanzó el 21% en mayo de 2002) y de una caída de más del 30% en los salarios reales.
Desde 2003 en adelante, la economía se reactivó impulsada por la recomposición salarial y por los beneficios en el sector industrial. Esto permitió un proceso de reindustrialización que achicó significativamente la brecha entre la demanda y la oferta interna de bienes a nivel nacional para evitar el desequilibrio externo. Sin embargo, dicha recuperación industrial no fue suficiente para contrarrestar la dependencia externa generada por el flujo de Inversión Extranjera Directa (IED) que ingresó durante la Convertibilidad por un monto de 76.445 millones de dólares con destino a sectores como minería y petróleo (36%), servicios de comercio, comunicaciones, transporte y bancos (24%), industria manufacturera, principalmente de alimentos y bebidas y automotriz (21%) y servicios públicos de gas, agua y electricidad (12%).
En términos de esfuerzos innovadores propios, la IED que arribó durante el neoliberalismo significó la desaparición casi completa de las investigaciones tecnológicas llevadas adelante desde el Estado en empresas públicas o laboratorios nacionales, como así también en el sector privado nacional. La contracara de esta desintegración del proceso innovador doméstico fue un incremento significativo de la dependencia financiera y tecnológica de los conglomerados transnacionales que operan en el país.
Si medimos el concepto de dependencia externa agregada a través de un indicador similar al construido por Holland y Porcile (2005) en el artículo "Brecha tecnológica y crecimiento en América Latina”, donde DE= M/(PBI+X-M), con DE= dependencia externa, M= importaciones y X= exportaciones, se destaca que, si bien a partir de 2002 se revierte el proceso de desindustrialización generado por el neoliberalismo (con una producción industrial que en 2012 supera en más de un 70% la de 1993), la dependencia externa aumentó también al ritmo de la recuperación industrial como se muestra en el gráfico que ilustra la presente nota. En otras palabras, el proceso de reindustrialización no resolvió el problema de la dependencia y esto nos vuelve a acorralar en un escenario de falta de divisas para seguir creciendo. El desafío, pensando en una segunda fase de industrialización, deberá enfocarse en desarrollar la industria de capital interno con innovación propia para evitar los efectos condicionantes de la IED sobre la autonomía económica y política del proyecto de desarrollo actual.
Por Pablo Chena Secretario de Economía de T y E