Por Claudio Corriés
Secretario de Cultura
Consejo Directivo Nacional – SADOP
Además de la totalidad de los países asociados a la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo), se incluyen en este programa varios países asociados, entre ellos algunos de América Latina, como el caso de Argentina.
Integrada por los países centrales, ricos, la OCDE es un reservorio que pugna, desde su perspectiva, por “políticas mejores para una vida mejor”, según reza su eslogan actual. Claro que siempre el concepto de “mejor” está vinculado con el modelo político-social que se persigue. En el caso de la OCDE, lo “mejor” dista lo suficiente de un modelo de sociedad como el que pretendemos los pueblos latinoamericanos. Y se acerca más a una concepción neoliberal del mundo, de la economía, de la sociedad y –por supuesto– de la educación.
Una pregunta ingenua: ¿por qué es la OCDE quien evalúa los resultados de la educación y no, por ejemplo, la UNESCO –Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura– que es el organismo internacional que se dedica tiempo completo a la educación? La respuesta es sencilla: porque la OCDE no pretende evaluar para mejorar, sino promover un modelo de sociedad donde los niños y niñas sean útiles a un paradigma de sociedad.
Participar de la “sociedad del saber” –al “saber" de la OCDE– significa, ni más ni menos, adaptarse a las reglas del mercado de capitales, a los poderosos del mundo, a los que llevan la sartén por el mango y se quedan con el mango y la sartén. A los que desbarrancan a cada paso.
Digamos, desde una perspectiva ideológica, que estar incorporados al PISA significa incorporarse a un modelo de evaluación de la educación que responde a parámetros de otros: al decir de Arturo Jauretche “comprar en el almacén con el manual del almacenero”.
Peinate nene que vienen las visitas
La mentalidad colonial consiste en quedar bien con lo extranjero. En hacer los deberes que desde afuera se nos imponen para pasar las pruebas.
Hace muchos años, cuando el FMI (Fondo Monetario Internacional) evaluaba a los países en el cumplimiento de sus metas, se producía en Argentina más preocupación por quedar bien con el que venía a tomar examen –para lo cual era necesario el ajuste del ajuste– que con los millones de argentinos que sufrían como producto de esas mismas políticas que se evaluaban.
¿Nos vamos a marzo? La inmediata lectura que desde muchos sectores se hizo de los resultados de la prueba PISA 2012 es que la Argentina reprobó y que se ubica a la cola de los resultados. En la lista de los que se van al descenso. Esto es objetivamente falso, ya que la lectura de ellos nos ubica con algunas mejoras en Matemáticas y con retrocesos en comprensión de textos.
Ahora bien: ¿la evaluación de matemáticas, comprensión de texto y ciencias (las tres pruebas que realiza el programa) constituyen una evaluación seria de la marcha del sistema educativo de un país? Peligroso pensamiento sostener que la educación es eso y sólo eso. Y peor aún, si la misma prueba es tomada a un niño o niña de La Puna o del centro de las grandes ciudades. Seguramente ambos han de recibir contenidos comunes importantes, pero también contenidos propios de su realidad nacional, regional y local, que PISA no considera.
La foto que PISA representa no es más que eso: una foto; una instantánea de lo que sucede con un grupo de estudiantes en un determinado momento. Y no una evaluación de un proceso que –como los de enseñanza y los de aprendizaje suponen– requiere de la toma de una “película” más compleja que tomar una muestra.
La necesaria evaluación
¿Esta crítica al PISA supone evitar la evaluación? Por el contrario. El proceso de educación requiere y exige evaluar. Evaluar de dónde venimos y hacia dónde vamos. Evaluar qué contenidos, para qué educación, para qué proyecto de país, para qué integración regional. Y sí, claro, evaluar los resultados del proceso educativo.
Los trabajadores de la educación y las autoridades somos concientes de que el cuello de botella del sistema está en la escuela secundaria. Los docentes también sabemos de las dificultades y los problemas, de las falencias del sistema y de las vías para encontrar soluciones.
Cualquier evaluación que sólo considere como protagonistas a los estudiantes, y obvie el contexto y a los otros sectores involucrados, es parcial y de escasa utilidad. Salvo que esa parcialidad y ese direccionamiento tengan, como suponemos, otro paradigma y otro modelo de sociedad.
La firma de la Paritaria Nacional Docente para la Formación Docente Permanente, gratuita y en servicio es un hecho auspicioso. Y, aunque no constituye en sí misma la solución, abre el camino deseado por los docentes para una educación de calidad; entendida la calidad como la posibilidad de dar respuesta a las necesidades de nuestro pueblo, y no a las de los burócratas internacionales.