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El Cordobazo: Un testimonio

  • Publicación de la entrada:28 mayo, 2020
  • Tiempo de lectura:11 minutos de lectura

Por Rogelio Alaniz

Fue una rebelión popular, una gran rebelión popular. Los historiadores estiman que su antecedente más inmediato fueron las jornadas de lucha de la Semana Trágica ocurrida en 1919. Podrá discutirse si la rebelión fue revolucionaria o reformista. Los izquierdistas de entonces, y algunos de ahora, llegaron a considerar al Cordobazo como un ensayo revolucionario o la antesala de la toma del poder. Hoy esas apreciaciones parecen un tanto exageradas, no obstante lo cual a nadie se le escapa que el Cordobazo fue posible, entre otras cosas, por la presencia de una izquierda -peronista y no peronista- que además de influir en el estudiantado y los intelectuales influía en el movimiento obrero y en más de un caso era su conducción.

El cordobazo tuvo tres protagonistas sociales: los estudiantes, los obreros y las clases medias. Una dirección política expresada en tres importantes líderes obreros. Atilio López, Agustín Tosco y Elpidio Torres. López y Torres eran peronistas; Tosco de izquierda. Para todos el enemigo siempre estuvo en claro. Se llamaba Juan Carlos Onganía, titular de la dictadura que había derrocado al presidente constitucional Arturo Illía

El golpe de estado del 28 de junio de 1966 había tenido el descaro de autodenominarse ” Revolución argentina”, dos palabras innecesarias y equívocas porque, a decir verdad, no fueron revolucionarios en tanto que expresaron las ideas, los prejuicios y los intereses que hasta el sociólogo más moderado calificaría de derecha autoritaria, ni fue argentina porque expresó desde la perspectiva económica el más desenfadado proceso de desnacionalización de la economía nacional.

El cordobazo no derrocó a la dictadura pero la hirió de muerte. El delirio de Onganía sobre las virtudes de un régimen militar que se extendería por dos décadas inicio su cuenta regresiva a los tres años de haber llegado al poder. La paz social promovida por la dictadura, su afán castrense de orden y disciplina llegó a su fin en esas jornadas de mayo de 1969. Ni la ley anticomunista, ni la declaración del estado de sitio, ni los tribunales militares que juzgaron y condenaron a prisión a Tosco y Torres lograron impedir lo inevitable. A partir de esa fecha las movilizaciones populares se incrementaron y la crisis de autoridad fue tan evidente que los primeros que la registraron fueron precisamente los generales “liberales” que empezaron a preparar salidas alternativas al mesianismo corporativo de Onganía.

Es más, testimonios posteriores permiten suponer que el cordobazo de alguna manera fue “permitido” por un sector de las fuerzas armadas. Como se sabe los militares ingresaron a la ciudad de Córdoba para poner orden después de las cinco de la tarde. ¿Por que no lo hicieron antes? Porque estaban interesados en que el conflicto se extendiera lo más posible para poner en evidencia la incapacidad de Caballero, gobernador de Córdoba, y del propio Onganía para asegurar el orden.

El Cordobazo, ocurrido el jueves 29 de mayo de 1969, fue la culminación de una suma de estallidos populares iniciados ese mes. Todo empezó con la movilización de los estudiantes de Corrientes en contra del aumento del tickets del comedor universitario. En esa jornada fue asesinado el estudiante Juan José Cabral.

Una digresión personal puedo permitirme. Yo entonces tenía 18 años y vivía en una casa de estudiantes de 4 de enero y Mariano Comas. Esa madrugada -lloviznaba y hacía frío- llegaron cuatro o cinco muchachos para avisarnos que estaba convocada una asamblea general en el Sindicato de Artes Gráficas, sede de la “CGT de los argentinos”. Desde ese momento nunca más dejé de militar. Actos callejeros, pintadas en las paredes reclamando el fin de la dictadura, asambleas universitarias y manifestaciones por calle San Martín se transformaron en una constante, casi en una rutina.

Anécdotas más anécdotas menos, lo que me sucedió a mí no fue muy diferente a la experiencia vivida por toda una generación. Para bien o para mal, descubrimos la política en la resistencia a la dictadura de Onganía que se inició en ese ya lejano mes de mayo. Fue un gesto generoso, limpio, pero como en la vida nada es gratuito, iniciarse en la política en el desacato y la rebelión a la larga o a la corta cobra su precio. Para algunos el precio fue la vida, para otros la cárcel durante algunos años y para todos una experiencia generacional intransferible que luego los rigores de los años, los desencantos de la política y las ideologías atemperarán, moderarán, pero no borrarán de la memoria.

Lo que sucedía en Santa Fe se expresaba de manera más o menos parecida en todas las universidades de la Argentina. El 18 de mayo estalla “el rosariazo”. Los estudiantes y los trabajadores ganan la calle y como consecuencia de la represión mueren Bello y Blanco. Para esa altura del mes el país ardía. En Tucumán, La Plata y Buenos Aires las movilizaciones estudiantiles y populares estaban a la orden del día.

En Córdoba, el miércoles 14 de mayo hay una histórica asamblea obrera en el Córdoba Sport Club. Allí se declara un paro general para el viernes 17 de mayo. Las reivindicaciones obreras eran precisas: defensa del sábado inglés y contra las quitas zonales. El 19 de mayo el gobierno nacional cierra la universidad calificada como «nido de comunistas».

Ni la represión, ni las amenazas de intervenciones militares detiene lo que ya para muchos es considerado inevitable. El martes 27 de mayo se declara el paro activo con movilización obrera de 36 horas. Hasta el Lobo Vandor está de acuerdo con la movilización. Un mes más tarde será asesinado en su búnker de la UOM. Pero eso ya es otra historia. O la misma, pero escrita en otro capítulo.

La suerte está echada. El jueves, a partir de las diez de la mañana las columnas de obreros provenientes de las empresas automotrices marchan hacia el centro de la ciudad. El ministro Krieger Vasena, nieto del Vasena de los talleres metalúrgicos que dieron origen a la ” semana trágica” de 1919, está desconsolado. ” Esto no me lo pueden hacer los obreros mejores pagos de la Argentina” dice. Algo parecido había dicho el ministro del Interior, Borda, respecto de la movilización estudiantil en Corrientes: “No entiendo por qué tanto desorden si el aumento del tickets del comedor son apenas unas monedas”.

El problema de Borda, de Krieger Vasena y de Onganía era precisamente ése: habían dejado de entender lo que sucedía. Por ignorancia, por estrechez ideológica, por economicismo ramplón, no terminaban de hacerse cargo de la historia argentina de los últimos años.

¿Fue tan así? Por supuesto. Si en 1955 el peronismo quedó fuera de la ley, en 1966 la “Noche de los bastones largos” demostrará que también quedaban fuera del sistema los estudiantes y las capas medias de la sociedad.

¿Alguien planificó la rebelión popular de Córdoba? No hay noticias acerca de un comité revolucionario o algo parecido ¿Fue entonces una movilización espontanea? Hasta cierto punto sí, pero sólo hasta cierto punto. Toda rebelión popular tiene componentes de espontaneidad. Córdoba no fue la excepción. La movilización obrera de las once de la mañana se transforma en jornada de lucha al medio día y en rebelión popular a las 3 de la tarde. Esa dinámica no obedece a ninguna planificación, nace de la naturaleza misma de la crisis.

¿Tuvo objetivos revolucionarios? Si por revolución se entiende un cambio radical del sistema, el Cordobazo no fue revolucionario más allá de la subjetividad de algunos de sus protagonistas. Hoy a la distancia podría decirse que su objetivo fue el derrocamiento de la dictadura y el retorno a la democracia con la presencia de Perón en la Argentina. No es poca cosa.

El Cordobazo no fue una réplica de San Petersburgo ni un ensayo de la Comuna de París. En el lenguaje marxista podría decirse que aquellas condiciones objetivas y subjetivas que dan cuenta de una crisis revolucionaria no existían, por más que en la superficie de los hechos el aire estuviera poblado de imágenes y mitos revolucionarios.

En aquellos meses de 1969 la dictadura militar fue derrotada y todo el sistema de dominación impuesto por los militares desde 1955 deberá ser revisado. El error de muchos fue creer que la crisis de dominación de la dictadura incluía la crisis final del capitalismo. Ese error de diagnóstico se pagará muy caro años después, pero en 1969 nadie tenía la bola de cristal y todos, todos sin excepción, nos sentíamos acogidos por el generoso viento de la historia en un tiempo donde no parecía descabellado cambiar el mundo y cambiar la vida.