Por Martín Navarro *
Abril de 2014: la crisis mundial parece no tener fin y el “capitalismo salvaje”, lejos de debilitarse, se fortalece y se concentra cada vez más. Nosotros sabemos que a pesar de la década ganada, tanto la Argentina como América Latina sufren las consecuencias de esta crisis. Si la política conduce las soluciones a los problemas que propaga la globalización, el Estado podrá amainar las embestidas que ponen en peligro el desarrollo sustentable y dar apoyo para seguir construyendo nuestro propio destino.
Tanto la economía capitalista salvaje tradicional, que puja cotidianamente para concentrarse más, como la economía informal que puja por subsistir, han sido visibilizadas de manera clara y categórica. El gran esfuerzo redistributivo de estos últimos diez años produjo un avance significativo en la economía popular y abrió a los trabajadores un escenario más propicio para sentarse a la mesa de discusión. Ellos saben que la distribución, aun inducida, tiene un techo. Por lo anterior y gracias a la acumulación de experiencias locales y regionales, hoy es posible construir un nuevo actor económico que tenga como objetivo principal el rol del trabajo.
Los sectores dominantes nos hicieron creer que la única manera de producir era maximizando los recursos y generando economías de escala. Desde sus dogmas esto es incuestionable porque parten de definiciones donde el objetivo, como nos dice el Papa Francisco, se basa en el “Dios Dinero”. Si valoramos al empleo por sobre la eficiencia productivo-financiera, entonces hay muchas otras actividades que se volverían “rentables”, para lo cual hay que ampliar el concepto de rentabilidad del que habla el neoliberalismo.
La economía popular, el nuevo actor económico, no puede desarrollarse a partir de las lógicas liberales cuya manifestación la encontramos, por ejemplo, en corporaciones gigantes que producen y comercializan alimentos, y que disponen de un enorme poder y tienen capacidad para provocar crisis en el momento en que lo necesiten, para lo cual la alta concentración les juega a favor.
La imperiosa necesidad de potenciar el nuevo actor económico implica no sólo crear empleo con derechos, bien remunerados y con un desarrollo basado en el mercado interno, sino también que sus trabajadores sean parte de un esquema más organizado, con objetivos comunes y con la capacidad de generar volumen a partir de la integración.
La historia Argentina nos muestra que el Estado tuvo un rol importante para impulsar la concentración económica mediante la adjudicación arbitraria de amplias extensiones de tierras a algunos apellidos ilustres, la asignación de grandes cantidades de dinero en créditos a familias que hoy son muy ricas y que nunca devolvieron y, entre otras concesiones, para permitir la venta de empresas que tenían un propósito estratégico por ser monopolios públicos. Estos ejemplos nos demuestran que el Estado es quien define quién gana y quién pierde dentro de un proceso político, económico y cultural; la cuestión central pasa por clarificar de cara al pueblo por qué y para quién se toman las decisiones estatales.
El Estado debe generar instrumentos económicos, legales, educativos y culturales que permitan desarrollar marcos organizativos capaces de articular las potencialidades de las producciones de baja escala para que se desarrollen eficazmente.
Las acciones institucionales necesitan ser acompañadas por una política de inversiones a lo largo de las cadenas de valor en que se desempeñen esas producciones.
Estamos ante un proceso histórico que puede permitir desarrollar al nuevo actor económico para lo cual existen decisión política, perspectiva y organización, condiciones que nos dan optimismo en la construcción de una economía inclusiva y productiva.
* Mesa Nacional de Economía del Movimiento Evita (MesE). Investigador del Centro de Investigaciones Socioeconómicas de Buenos Aires (CISBA).
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